jueves, 20 de marzo de 2014

Rubén Darío (por Mónica de Diego)

RUBÉN DARÍO

Nació en Metapa en 1867 y murió en León en 1916.
Poeta nicaragüense, su verdadero nombre era Félix Rubén García Sarmiento, Darío era un apodo familiar.
A los 15 años marchó a la República del Salvador donde conoció al poeta Francisco Gabidia que le aficionó a la lectura de los poetas franceses románticos y parnasianos, especialmente de Víctor Hugo.

Al principio se dedicó al periodismo y visitó varios países de Europa y América. En España fue diplomado.
Más tarde se dedicó a sus dos pasiones: vivir y escribir poesía.
Pasó por etapas de bienestar y de miseria. Una vida tan desordenada minó su salud y murió a los 49 años.

Francia y España fueron los países que más influyeron en su poesía, que se caracteriza por el culto a la belleza pura.
El color, el sonido, la palabra constituyen belleza.
No interesa el contenido del poema, sino su capacidad de sugerir emociones estéticas.

A los 21 años publicó su libro de poemas “Azul”, con el que obtuvo un gran éxito. Con posterioridad publicó “Cantos de vida y esperanza”, un conjunto de poemas cargados de colorido y musicalidad en los que exalta la Hispanidad. Otra obra importante fue “Prosas profanas”
ALGUNAS DE SUS POESÍAS:

El olimpo cisne de nieve
Con el ágata rosa de pico
Lustra el ala eucarística y breve
Que abre al sol como un costo abanico.

Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
Su canto sonoro,
Su cálido coro,
Que envuelve en un trono de oro
La augusta soberbia de los pabellones.


Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer..
.
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
(...)
En vano busqué a la princesa 
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!


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